Skincare y redes sociales: un fenómeno sin precedentes. Sephora y TikTok en la mira por el boom del skincare infantil.
En los últimos años, el cuidado de la piel ha dejado de ser una práctica reservada para adultos. Niñas de apenas 8 o 9 años comienzan a integrar en su rutina diaria productos como sueros, tónicos, protectores solares costosos y herramientas estéticas que antes solo se encontraban en tocadores de mujeres adultas. Este nuevo interés por el skincare se ha masificado a través de redes sociales, especialmente TikTok, donde etiquetas como #SephoraKids y #GRWM (Get Ready With Me) acumulan millones de visualizaciones.

La marca Sephora, aunque no creadora directa del fenómeno, se ha convertido en su símbolo. Sus tiendas reciben cada vez más visitas de niñas menores de 12 años que llegan solas, con listas influenciadas por contenido viral. Estas compras no son impulsivas: reflejan una interiorización temprana de rutinas estéticas complejas, sin verdadera comprensión de sus efectos o necesidad real.
Entre el juego y el consumo: una línea cada vez más difusa
El fenómeno esconde un dilema más profundo que el simple acceso a cosméticos. Las redes sociales no solo promueven tendencias, también transforman la forma en que niñas y adolescentes entienden su cuerpo, su imagen y su identidad. El skincare se ha convertido en una forma de jugar a ser adulta, pero también en una manera de responder a estándares de belleza poco realistas.
Especialistas en dermatología alertan sobre los riesgos físicos: ingredientes como retinol, ácidos exfoliantes o aceites esenciales pueden alterar el equilibrio de una piel infantil. El uso prematuro de estos activos puede provocar irritaciones, brotes de acné y sensibilidad crónica. Además, el hábito de seguir rutinas complejas —muchas veces diseñadas para pieles maduras— puede interferir con el desarrollo natural de la piel.
El impacto emocional: belleza, ansiedad y presión estética
El problema no es solo dermatológico. Según la Asociación de Psicología Americana y medios como The Guardian, la presión estética en menores de edad ha crecido de forma alarmante. Niñas que aún no atraviesan la pubertad ya sienten que deben “verse bien” y “mantener su piel perfecta”. La belleza, para muchas de ellas, ya no es una posibilidad: es una obligación diaria que implica disciplina, gasto y exposición pública.
Este fenómeno, alimentado por influencers y celebridades digitales, ha insertado la idea de que la estética debe trabajarse desde la infancia. Y mientras tanto, el mercado cosmético responde. Según Statista, el sector del skincare alcanzará los 180 mil millones de dólares en 2025, con una porción cada vez mayor proveniente de consumidoras jóvenes. Aunque ellas no compran directamente, influyen significativamente en las decisiones familiares de consumo.
Responsabilidad empresarial y educación como urgencia
Las marcas han comenzado a reaccionar, algunas con campañas responsables, otras simplemente adaptando sus empaques a un estilo infantil más “cute” o “pastel”. Pero lo que realmente se necesita es una conversación seria sobre el papel que las empresas juegan en la formación de hábitos en la infancia. No se trata solo de adaptar productos: se trata de decidir si esos productos deben ofrecerse a este público.
Médicos coinciden en que una rutina básica de cuidado es más que suficiente: limpieza suave, hidratación ligera y protector solar. No hay necesidad de cosméticos de lujo ni activos agresivos. Lo fundamental es formar desde temprano una relación saludable con la piel y el cuerpo. No es necesario seguir una rutina viral para cuidarse.
Reencauzar el autocuidado: un desafío para todos
El interés infantil por el skincare no debe combatirse, sino guiarse. Puede ser una oportunidad para hablar de autoestima, salud y autocuidado. Pero también debe ser un llamado a padres, educadores y marcas para establecer límites claros y entornos seguros.
Es hora de dejar de ver este fenómeno como una simple tendencia digital y tratarlo como lo que realmente es: un nuevo idioma cultural que niñas y adolescentes están aprendiendo a hablar. Como todo lenguaje, requiere contexto, intención y responsabilidad. Y el primer paso es decidir si estamos dispuestos a enseñarles más que a consumir.
Información proporcionada por Zoi Comunicación.